Se van colando por las ventanas,
asomándose por cualquier hendija .
Recuerdan que afuera es de día,
Adentro, oscuro y frío.
Me empeño en el mutismo absoluto.
Se cuelan algazaras de viento.
¡Qué ganas de molestar!
Me revuelvo dentro de las sábanas
dispuesta a continuar el día.
Imperceptible repugnancia domina.
¡Electrizante ráfaga de ansiedad
y la necesidad imperante
de quitarse el cuerpo!
El sol ajeno,
desparrama sus astillas;
sonriendo.
Yo, tengo un solo pensamiento.
Llegará la noche fría,
húmeda.
Recortará siluetas añejas
estancadas en un pozo de barro mohoso,
remojará recuerdos
entre los sapos y los ajolotes
y llegará la calma…
y el sopor del sueño.
Pero ahora, cada fragancia, se convierte en hedor.
Olores de soledad perfuman el recinto,
Emanaciones provocadoras de nausea,
perpetúan tufillos
que parecía que nunca habían existido.
¡Los descubro metidos
hasta en la esencia de un cajón,
en el bálsamo de un medicamento
ungido hace eras!
¡Los afloran;
aún cuando presentes en lo cotidiano
los habíamos ignorado!
Suena, el cristalino carillón ,
el barítono de una puerta rechinando,
la baja tesitura de un camión lejano,
la sorda resonancia de un fantasma
y se meten en la psique
destrozando acero y seda.
¡Es entonces que la guerrilla mental estalla
en batalla auto demoledora!
Tratando de encontrar el epicentro del sufrimiento,
se revuelcan las neuronas
intimando expulsar aquel insólito,
e incomprensible extraño.
Y cuando el agua más sala los ojos,
la luz rasga con risotadas de sol;
astillas resplandecientes,
en un ensordecedor silencio
¡Detona!
El dolor de la migraña
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